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Bancos de alimentos: o cómo logra la industria vender sobras a los pobres

Promovidos como espacios de caridad de la marcas, agencias filantrópicas y, en algunos lugares, la Iglesia, los Bancos de Alimentos entregan millones de kilos de comidas en comunidades vulnerables que necesitan asistencia alimentaria. Sin embargo lo que ofrecen es lo que esas marcas producen — sobre todo ultraprocesados — que están por tirar, a un precio más bajo que en el supermercado.

Por Arturo Contreras Camero

Imágenes María Ruiz y Archivo/Comer con la vista

Desde México

Más de veinte camiones y camionetas de carga esperan alrededor de un bodegón a las afueras de la Central de Abasto, el mercado más grande de Latinoamérica. Unos tienen las defensas llenas de foquitos de colores. Otros, en el parabrisas frases rotuladas que rezan “Regalo de Dios” o “Tesoro del Señor”. Los menos tienen una decoración más sobria. Son blancos y en sus puertas llevan nombre y datos de alguna casa hogar que ayuda a personas sin familia, sin techo, con carencias. Aquí los camiones aguardan su turno para cargar montones de comida que repartirán a más de 12 mil personas, según dicen, de las más pobres y necesitadas en la ciudad.

Afuera del mercado se teje un intrincado laberinto de callejuelas y bodegas que abarcan cuadras completas. En sus esquinas hay puestos callejeros que ofrecen café caliente, soluble y dulcísimo, también pan de dulce, tortas de huevo y tacos de guisado. Decenas de trabajadores se aglomeran alrededor, como hormiguitas, para comer un desayuno. La panza aprieta, a las seis de la mañana ya trabajaron más de la mitad de su jornada.

Entre estas bodegas está Alimento para todos, un banco de comida que se dedica a recuperar víveres a punto de ser desperdiciados. La ubicación no podría ser mejor. La central se extiende a lo largo y ancho de 34 hectáreas. Por sus calles y avenidas el tránsito normal son las camionetas de carga y pickups atiborradas de comida. De este mercado salen los insumos para surtir al 80 por ciento de los mercados de la Ciudad de México y su zona metropolitana, la zona más densamente poblada del país. Es el lugar ideal para recuperar comida a punto de ser echada a la basura.

Cruzando la calle, enfrente de la bodega de Alimento para todos, está el puesto de Linda, madre soltera que todas las mañanas sirve pan y café. Desde su lugar de trabajo alcanza a mirar toda la operación del banco. “Es bien raro porque dicen que ayudan, pero yo he visto que si pasa un señor que se ve que así de verdad necesita, nomás no le dan nada –dice-. Luego hay asociaciones que vienen y que atienden, como dijéramos, niños huerfanitos. Como no tienen dinero, pues vienen a pedir, pero por una sola vez que vienen les cobran y ya no regresan”.

Estos bancos de alimentos funcionan como el último eslabón de una perversa dinámica de mercado que, lejos de garantizar la alimentación adecuada a la humanidad, solo garantiza que la comida se pueda seguir vendiendo. Un sistema que superproduce comestibles y bebidas de pésima calidad nutricional para el doble de la población, de las que un tercio termina en la basura. En el mundo hay unas 700 millones de personas con hambre. En ese contexto surgieron los bancos. No para donar lo que de otro modo se descartaría, sino para exprimirle a la mercadería unos últimos cientos de pesos. Los bancos no donan, venden.

Al otro lado de la calle se entreabren las puertas del bodegón, sendas láminas de metal macizo de 5 metros de alto. Por la hendidura del portón gigantesco se asoma un hombre que a la distancia se mira chiquito. “¡Vicentino!”, vocifera mientras lee una lista. Al instante se presenta un hombre y junto con él se escucha el motor de una de las camionetas que esperan. Con rápidos y toscos movimientos se acomoda para entrar al bodegón. En su puerta, se lee “Casa Hogar San Vicente”. Tarda unos 40 minutos en salir cargado de productos.

Alimento para todos recibe donaciones de grandes cadenas de restaurantes, supermercados y enormes empresas de la industria alimentaria. Productos a punto de ser desperdiciados que desde este lugar se distribuyen a miles de personas. Su operación, además de una logística titánica, implica la coordinación con las grandes cadenas de restaurantes, supermercados y las enormes empresas de la industria alimentaria, quienes al donar deducen sus donativos de impuestos, aprovechan para posicionar sus marcas entre la población de escasos recursos y se adjudican el distintivo de Empresa Socialmente Responsable.

Este es uno de los 55 bancos de alimentos que existen en el país. Todos, regulados y coordinados por Banco de Alimentos de México, una organización de la sociedad civil financiada por la iniciativa privada.


Los camiones del banco “Alimento para todos” están rotulados con fotografías de personas posando con productos, en su mayoría se ven marcas como Alpura o Walmart. / Foto: María Ruiz

La logística de la redistribución

“Lo que hacemos es que rescatamos alimentos que ya no tienen valor comercial, que no se pueden comercializar o vender porque está próxima a vencer su vida de anaquel o porque hubo cambios de logotipos de la marca, y lo redistribuimos a población previamente identificada tanto en la ciudad como en la zona conurbada y sobre todo en zonas marginadas”, dice en una entrevista telefónica Mariana Jiménez Cárdenas, directora de Relaciones Públicas de Alimento para todos.

“Como parte del ejercicio de corresponsabilidad entre Alimento para todos y los grupos que atiende –recita Mariana– se solicita la colaboración de los beneficiarios a que acudan a apoyar en las labores dentro de la institución, con la finalidad de optimizar y dignificar la entrega del producto”, dice Mariana. Antes de la pandemia por Covid19, quienes recibían la comida asistían al bodegón para ayudar con la clasificación y procesamiento de las donaciones, pero ahora todo el trabajo es realizado por su personal.

Entre los productos que los “beneficiarios” reciben hay cereales, galletas, refrescos y jugos. Todos con alto contenido de azúcar. Los jugos y néctares son azucarados. Todos los cereales son ultraprocesados, unos de colores y sabores, para niños, y otros con fibras integrales y frutos secos, para adultos. También les entregan tortillas fabricadas por la organización y paquetes de arroz, frijol y otras leguminosas. En las donaciones van enlatados de todo tipo, desde atún comercial hasta mejillones ultramarinos.

“Se les da suficiente como para cubrir del 30 al 50 por ciento del requerimiento calórico recomendado. Hay veces en las que se sobrepasa el contenido calórico hasta en un 10 por ciento, cubrimos como entre el 65 y el 50”, apunta Mariana acerca de las despensas. Dice que es difícil garantizar un aporte nutricional fijo porque los donativos varían semana con semana.“Van variando según los donativos que recibimos y la naturaleza de los alimentos. No es lo mismo 3 kilos de pan que de lácteo pero siempre, al menos, procuramos que se incluyen dos elementos de la canasta básica”.


A cambio de recibir las donaciones los beneficiarios deben realizar trabajo “voluntario” dentro del banco de alimentos, empacando y ordenando las donaciones en despensas. Esta imagen corresponde al año 2017 / Foto: Archivo / Comer con la vista

Los productos que distribuye Alimento para todos están en su mayoría empaquetados, encartonados y plastificados. Es raro encontrar alimentos frescos, lo cual se entiende al ver quiénes son los donantes.

“Oxxo nos dona. También todas las grandes empresas de supermercados: Walmart, Soriana, La Comer, Costco, Sam’s. También Alsea –el aglomerado de cadenas de restaurantes transnacionales como Chilli’s, Burger King, VIPS y Starbucks–. Pasamos a todas las tiendas, nos dan de todo lo que ya no se vende”, dice la directora de Relaciones Públicas.

El banco de alimentos es un intermediario. Recibe de las grandes empresas y reparte a otras organizaciones, quienes a su vez se encargan de repartirlo a los beneficiarios finales. Lo que sale de estas bodegas llega al oriente del Estado de México, a zonas pobres y periféricas como Chalco, Chimalhuacán y Texcoco. También a comunidades en Puebla, como San Martín Texmelucan y algunas otras del estado de Tlaxcala. “Los que reciben son familias en zonas marginadas, principalmente, -dice Mariana- con un ingreso promedio de 4 mil 200 pesos por familia, por debajo de la línea del bienestar del Coneval”, el organismo oficial que mide la pobreza en México.

En 2015, la Organización de las Naciones Unidas hizo un llamado a todos los actores mundiales para erradicar la pobreza y el hambre. En su Agenda de Desarrollo Sostenible, la ONU pide al sector privado trabajar para además proteger al planeta y asegurar la prosperidad para todos. Eso abrió las puertas del escenario altruista a miles de marcas y empresas, en su mayoría transnacionales. Y así nacieron los “bancos de alimentos”.

La comida donada incluye galletas, papas, refrescos y alimentos con alto nivel calórico. / Foto: Archivo / Comer con la vista

Donar comida que no nutre

Las personas a las que llegan este tipo de donativos pertenecen a un amplio grupo en México: los pobres. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, hasta 2018, 41 por ciento de la población mexicana era pobre, unas 52 millones de personas, de esos 7.4 millones no tienen lo suficiente para hacer tres comidas diarias. Y el porcentaje se acerca al 80% del total de población cuando la estimación se amplía a personas que pueden alimentarse pero tienen al menos una carencia importante. Paradójicamente, este es el sector de la población donde se extiende, mayoritariamente, la pandemia de sobrepeso y obesidad en el país, el primero a nivel mundial de esta enfermedad en niñas y niños.

Por eso en el alimento Alimento para todos procuran que la comida que distribuyen sea suficiente para aportar la mitad del requerimiento calórico de una persona. Sin embargo, eso no significa que su contenido sea nutricionalmente adecuado. Buena parte de la comida que entrega el banco es ultraprocesada, con altos contenidos en sodio, en calorías y azúcares.

Esta es una práctica común de la industria de comida ultraprocesada. El ejemplo más reciente sucedió en medio de la pandemia de COVID-19. El 3 de julio, Femsa, la principal embotelladora y distribuidora de Coca Cola en México presumió un donativo hecho al gobierno de Nuevo León, uno de los estados que concentran gran parte del capital de inversión industrial del país.


Los camiones llegan por el cargamento de cajas de diversos productos, desde frutas, lácteos, cereales, hasta comida chatarra. / Foto: María Ruiz

La entrega: un millón de litros de refrescos y bebidas azucaradas para el personal de la salud que combate el virus en los hospitales, 20 mil despensas destinadas a comunidades vulnerables y 45 mil artículos médicos y 27 mil kits de sanitización. Ese mismo día, un tuit de Miguel Treviño, alcalde de San Pedro Garza García, uno de los municipios del estado donde se repartieron los donativos, causó revuelo. La imagen: una señora con cubrebocas cargando cuatro litros de Fanta, el refresco sabor naranja. Cuatro litros de refresco en un país en el que siete de cada 10 personas que han muerto hasta ahora por covid padecían previamente diabetes, hipertensión, tenían obesidad o alguna enfermedad cardiovascular.

San Pedro Garza García es el municipio más rico de América Latina, pero según un estudio de la Secretaría de Desarrollo Social y Humano del gobierno local, en 2019 allí vívían por lo menos 44 mil personas en situación de vulnerabilidad y pobreza.

Durante la pandemia, organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil reclamaron que deben respetarse los lineamientos de donativos en casos de emergencia humanitaria sugeridos por la Organización de las Naciones Unidas para la Infancia y la Educación, la Unicef. “Lo que dicen es que para que podamos tener una alimentación nutritiva, sobre todo estas poblaciones vulnerables, es muy importante que en situaciones de emergencia humanitaria como esta se sigan ciertos criterios nutrimentales para garantizar la calidad de las donaciones”, resume Katia García, investigadora alimentaria de El Poder del Consumidor, una organización civil que, entre otras causas, promueve el etiquetado y la regulación de productos ultraprocesados.

“No es que solo sean malos por ser productos con exceso de grasas o de sal, es el exceso (en el consumo) de estos lo que ponen en riesgo la salud de los que lo reciben, que de por sí es vulnerable. Si en la donación, que se considera un apoyo, se está dando alimentos con esas características nutricionales, entonces no se está dando lo que la gente necesita para tener una salud adecuada”, explica Katia.

“Hay alimentos empaquetados que están bien, como los frijoles, las leguminosas, granos, y algunas semillas que pueden dar esos aportes nutrimentales que necesitamos. Estaría muy bien que donaran cereales como el amaranto o la avena que pueden dar lo que necesitamos de carbohidratos y que son un alimento balanceado, pero lo que más incluyen son azúcares, que dan energía de momento pero que no nutren a largo plazo. Que sean una cuestión de recuperación o desperdicio, no significa que deje de tener estas repercusiones”.


¿Las cajas van llenas de totis? Sí, van llenas de totis, responde el conductor de la camioneta con dirección a San Martín Texmelucan, Puebla. Son productos fritos, comida chatarra. / Foto: María Ruiz

Una ayuda ¿siempre es ayuda?

Afuera del bodegón, dentro de una de las camionetas en fila, espera una mujer. Desde la cabina, sin dejar de ver su celular, como si no prestara demasiada atención, dice: “Hoy parece que todo mundo necesita este apoyo”.

“Nosotros tenemos cerca de dos mil personas -sigue-. Vas checando en la comunidad la gente que lo requiere y hoy todo mundo necesita. Es más, yo creo que es más fácil que un albañil o una persona que se dedica a algún trabajo más sencillo tenga mayores entradas de dinero ahorita con esto de la pandemia que incluso una persona que tenía algún negocio. En ese entendido, ahorita estamos trabajando con todo el mundo que lo puede necesitar. Tenemos tantas familias ahorita que te puedo decir que toda esa gente tiene un alivio, pueden pasar la pandemia de forma más digna”.

La señora pide anonimato porque, si la gente del banco se entera que está contando cosas sobre las donaciones, podrían quitarle el apoyo. Señala las cámaras que rodean al bodegón. “Nos tienen checaditos”, dice. A pesar de que se buscó el permiso de Alimento Para todos para acudir a las instalaciones y registrar el proceso de empaque y selección de la comida, el banco se negó. Arguyó las condiciones sanitarias por la pandemia de Covid.

Desde su camioneta, la mujer no ve ningún conflicto en que las marcas de comida lancen estos donativos a comunidades empobrecidas. Ella ve los beneficios inmediatos para quienes reciben la comida que aquí llaman recuperada. “Te voy a poner un ejemplo”, dice al momento que apaga la pantalla del celular, como si ahora sí fuera seria la conversación.“Ves viejitos que veías tan desgastados, que cuando tienes tú la oportunidad de darles el Ensure –un suplemento nutricional parecido a las fórmulas lácteas pero enfocado a personas de la tercera edad– ¡Es que sabes tú el precio que tienen en el mercado! Dicen que lo ideal es darles uno diario, yo no les puedo dar uno diario, pero sí mínimo tres para toda su semana. Yo sí los veo restablecidos anímica y físicamente. Yo no puedo hablar nada mal del banco”, dice muy convencida. Ella opera una asociación civil que hace de intermediario entre el banco y la gente que recibe la comida.

Para acceder al banco de alimentos los intermediarios tienen que mostrar una credencial que certifica que están al corriente con sus pagos. / Foto: María Ruiz

Al respecto, en entrevista telefónica, Ana Larrañaga, coordinadora de incidencia de Contrapeso, una coalición de Organizaciones de la Sociedad Civil que hace vigilancia de las empresas alimentarias, asegura que muchos de estos donativos en realidad son estrategias de mercadotecnia. “Creo que hay un componente muy fuerte de marketing, porque las acciones de las industrias tienen muchas señas de la marca. Llevan botargas de botellas de Coca-Cola a las donaciones, cosas que son innecesarias para hacer un donativo. Son esfuerzos enfocados a un público infantil, pero va más allá de eso. No es solo posicionar su marca. Hay un esfuerzo por engrandecer estas acciones ante las autoridades locales de salud para posicionar a estas industrias como un actor legítimo que debe formar parte de los esfuerzos de salud pública en la población”, argumenta.

Contrapeso es un grupo de más de 10 organizaciones que entre sus esfuerzos han impulsado el impuesto a bebidas azucaradas que se aplica desde 2014 en el país. También promueven el etiquetado de alerta en productos altos en azúcares, sodio y grasas; y campañas en contra de la publicidad de comida ultraprocesada dirigida a niños.

¿Hasta dónde llega el impacto de estas supuestas donaciones? Según Ana, pueden tener una repercusión muy profunda. “No es que por consumirlos una vez te vaya a dar diabetes, pero su consumo puede generar na percepción de que son productos saludables y que ayudan a las familias que los reciben, cuando no es así”.

Los bancos de alimentos y las empresas con las cuales se alían operan en vacíos que preocupan organizaciones como Contrapeso y El Poder del Consumidor. “Es una cuestión de repensar qué significa dar un donativo -explica Ana Larrañaga-. En teoría, debería ser ayudar a una persona que lo necesita y para eso se deben cumplir con características que abonen: si el producto está echado a perder, es chatarra y puede causar un descontrol en los hábitos alimenticios, no los vas a ayudar. Se debe cuidar mucho la calidad de lo que se está donando. La gente tendría que acatar esas recomendaciones. La Cruz Roja, por ejemplo, tiene una lista muy clara de qué se debe donar, y la gente se apega a ello”.


Interior del banco de alimentos, con trabajo “voluntario” de beneficiarios. Imagen tomada en 2017. / Foto: Archivo / Comer con la vista

Altruismo que cuesta

Después de cuarenta minutos, el camión “Vicentino” termina de cargar los donativos que se llevará este día. Los portones de metal del bodegón se abren y la camioneta, con las llantas bajas de tanto peso, tambalea hacia el final de la calle.

“Ahí todo se vende, nada se regala ni se dona -advierte otro hombre que espera su turno-. Ellos le llaman ‘hoja de recuperación’, ahí está la relación de quién les depositó de regreso. Es una venta”, completa mientras termina su almuerzo en otro de los puestos de desayunos callejeros.

Habla recargado sobre un muro, como disimulando la conversación. “Aquí hay orejas por todos lados y tienen cámaras de video en toda la calle. Todos lo sabemos y si me ven hablando contigo me pueden suspender”. Viene desde Cuautepec, una colonia en la periferia norte de la ciudad, cerca del Reclusorio Norte. Allá, con la comida que recoge en el banco arma cajas individuales que vende entre 100 o 120 pesos. Dice que así opera la mayoría de las organizaciones que recogen comida en el banco.

La reventa no es un negocio, dice el hombre, es para cubrir los gastos operativos tanto suyos como del banco. “Uno cree que son donativos, pero si no regresas con el depósito correspondiente, no te lo vuelven a dar”. Cuenta también que el derecho de llenar una camioneta con comida antes le costaba 5 mil pesos (unos 225 dólares) y hoy le cobran 20 mil (unos 900 dólares).

¿Qué hay en los paquetes donados que él revende? “Trae verdura, abarrotes, muchas cosas -dice-. Sí trae de todo y pues lo que sea es bueno ¿qué no? Es consumible. Hay muchas cosas caducas de un año o hasta ocho meses ”, dice acerca de las donaciones.

Mariana, la directora de Relaciones Públicas de la ONG, detalla que cuentan con un parque vehicular de 33 tráileres y camiones de carga, todos rotulados con sus logotipos. Pero se usan solo para recolectar los donativos de las empresas porque no serían suficientes para repartir los donativos entre todos los beneficiarios. Además, consideran que se trata de una “corresponsabilidad” .

En su sitio de internet, Alimento para todos tiene un apartado en el que invita a los donantes a supervisar las acciones de redistribución en cualquier momento, presume que sus finanzas son auditadas por un despacho externo y rinde cuentas a la Junta de la Asistencia Privada, la autoridad que norma y vigila que las instituciones de Asistencia Privada operen de manera adecuada, es decir, que logre un sistema de reventa de comida “recuperada”: sobras de ultraprocesados a granel, cosas por vencer, empaques dañados que ya no lucen bien en el supermercado. Es lo más justo que este sistema alimentario parece dispuesto a darles.

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