A casi 130 kilómetros de Puerto Príncipe, el movimiento social haitiano vuelve a ponerse en marcha. De una manera espectacular, inesperada y original. Adoptó la forma de la construcción de un sistema de riego. Rara vez se asocia la construcción con la lucha. Pero a medida que esta obra va tomando forma, a medida que el cemento, el hierro y los bloques de brisa se mezclan, podemos ver el ritmo de completar un viaje juntos.
En la arena pública, sin embargo, había resurgido la idea del pueblo zombi. La gente ya no se levantaría. Las bandas habrían ganado. Esto sin olvidar que la protesta en todas partes y en todo momento se ha apoyado en la inventiva popular. Se puede hacer el gesto del dedo corazón sin usar los dedos. Ahí reside la belleza del gesto de protesta.
Como suele ocurrir, no hizo falta mucho. La lucha aprovechó la vieja receta que -hace más de 200 años- dio dolores de cabeza al mismísimo Toussaint Louverture. Un mártir, llamado Moisés (creado desde cero esta vez). La tierra, porque no se puede ser haitiano y no ser haitiano. Y la gente, mucha gente, que no sigue a ningún líder, ninguna corriente que no sea la del bienestar colectivo.
Como en el caso de Louverture y su sobrino, el movimiento del río Massacre pone de manifiesto las profundas contradicciones de un sistema basado en la opresión. Aquí se cuestiona a la comunidad internacional, amigos que dicen ayudar a un país al que han negado sistemáticamente el derecho a pasar hambre, imponiendo políticas deletéreas que lo han hundido en la miseria.
Sería bueno luchar contra las bandas, tener dirigentes legítimos mediante elecciones creíbles. Sería aún mejor poder decidir cuándo, cómo y qué producir, consumir y comerciar. Una misión de seguridad intervendrá probablemente contra las bandas. En algún momento, se instalarán un presidente y parlamentarios electos. Pero, ¿y después? ¿Seguiremos tomando las mismas cosas una y otra vez?
En Haití, el corazón de los movimientos sociales rara vez ha sido el de los más pudientes. Es interesante observar que tras el movimiento contra el despilfarro de los fondos de Petrocaribe, dirigido por los subalternos urbanos, y las manifestaciones lanzadas por la Iglesia, que estaba metida hasta el cuello en los peores tráficos, el movimiento de protesta se replegó y se extendió lejos de la República de Puerto Príncipe, controlada por una violencia sin precedentes.
Esta protesta de Ouanaminthe recoge la esencia de las luchas campesinas (soberanía alimentaria). Señala con el dedo al neoliberalismo y sus herramientas transnacionales, y adopta diversas estrategias de lucha, como espectaculares rituales vudú y ultrajes (la violación de una mujer haitiana delante de su hijo por un agente de inmigración dominicano).
Así pues, la cuestión principal ahora no es si hay una crisis entre Haití y la República Dominicana o si la frontera se reabrirá mañana, sino cómo este movimiento puede extenderse, institucionalizarse y redefinir el escenario político, dominado por la violencia, la corrupción y la sumisión a la comunidad internacional.
Francesca Theosmy
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