En Colombia, la pandemia dificulta la lactancia materna y separa recién nacidos de sus mamás. De otro lado, abre camino a estrategias de promoción de las fórmulas infantiles. Rappi y Mead Johnson se suman en una ofensiva que no solamente viola las leyes, como ignora realidades locales y pone a los bebés en peligro.
Un par de días después del nacimiento, las pruebas de Covid-19 resultaron positivas para la madre y el niño. El bebé nació a las 10:27 de la mañana del 14 de julio de 2020 en el Hospital San José del centro de Bogotá. Pesó 2,830 gramos y midió 50 centímetros. Sus gritos, como anunciándole al planeta que recién había llegado, se oyeron en la sala de partos antes de que le fueran medidas la frecuencia cardíaca, la respiración y los reflejos. Antes de que le cortaran el cordón umbilical y sus brazos se doblaran hacia su pecho. El color de la piel y el tono muscular evidenciaron que el bebé gozaba de buena salud. Sin embargo, tenía Covid-19.
La mamá del bebé no presentó ningún síntoma previo (ni fiebre, ni tos seca, ni cansancio, ni dolor de cabeza), pero por protocolo sanitario de Colombia, les practicaron pruebas a ella y a su hijo. Positivos los dos, a pesar de que la madre — 17 años, delgada, pelo negro — no había salido de su casa en los últimos meses. La muchacha, a la que llamaremos Johana*, guardó una cuarentena estricta, preocupada por su embarazo. Pero el papá del niño — 19 años, alto, moreno — sí tuvo que salir de casa a recorrer los barrios de la ciudad para vender bolsas de basura, flores, frutas o lo que hubiera a la mano. La situación de John Freddy* no es única.
En Colombia, a pesar de que se están reportando diariamente cerca de 11,000 casos positivos de coronavirus, para cientos de ciudadanos no es posible quedarse en casa. Sus empleos son informales y deben realizarse en la calle, caminando la ciudad, empujando carros con aguacates, mangos o bananos. Deben buscar sustento en el rebusque, salir a ganarse la vida (o en algunos casos a perderla). En el país ya han fallecido alrededor de 15,000 personas por la pandemia. Y solamente en Bogotá, los contagios se aproximan a 160,000. Esta paradoja la define muy bien John Freddy, el padre del bebé: “O nos mata el virus o nos mata el hambre, pero no podemos quedarnos en la casa con los brazos cruzados.”
El bebé se encuentra en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), aislado de su mamá. Johana, asintomática, espera en casa. A pesar de que la OMS recomienda que no se separe a la madre y al hijo, así ambos tengan Covid-19, este aislamiento se hace para garantizar la salud del bebé. Según el neonatólogo, Carlos Alberto Acosta, “al ser menor de 6 meses hay un alto riesgo de deterioro clínico, para este caso de orden respiratorio por Covid, entonces no hay otra manera, el niño debe quedar en observación”. Además, hay que sumarle que el aislamiento también se hace con el fin de mitigar la cadena de contagio y ejercer un mayor control epidemiológico.
Johana, la madre, espera confinada por 14 días antes de que le practiquen una nueva prueba. El grupo de epidemiología la visita para recoger la leche — que ella misma se extrae — y llevarla a la clínica en donde está el bebé. La almacenan en el banco de leche y cada tres horas sacan un poco para alimentar al hijo. “Yo pensé que teníamos que comprar leche de tarro por lo del virus, pero los médicos me han insistido en que le dé leche materna.”
Cubierto con un traje que recuerda a los astronautas en misiones espaciales, el neonatólogo Acosta examina al bebé tres veces por día. Lo cuida en la Fundación Cardiovascular de Soacha, adonde fue trasladado por falta de cupos en la UCI del Hospital San José. Se acerca al recién nacido, a través de la unidad de cuidados intensivos que tiene 28 camas. Chequea los signos respiratorios y cardíacos; mide la temperatura y llama por teléfono a la jovencísima mamá para contarle cómo va el combate que su pequeño hijo libra contra el virus que tiene en vilo al mundo. Hasta el momento, el niño va ganando.
“Lo mejor para el bebé es la leche materna”, dice Acosta, el pediatra neonatólogo. “No hay nada mejor para este niño que la leche de su mamá”, continúa a través de su escafandra que recuerda también a los trajes que usaron los bomberos en Chernóbil, después de la explosión nuclear en 1986. Según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional, ENSIN, en Colombia, la lactancia materna exclusiva en bebés menores de seis meses disminuyó a 36,1% en relación a 2010, cuando estaba en un 42.8%. Y de acuerdo a la página de Lactancia materna y nutrición del Ministerio de Salud, “de cada 100 niños que nacen en Colombia, tan solo 56 inician la lactancia materna en la primera hora de nacidos”.
El médico me explica que los neonatos tienen un sistema inmunológico débil y la mejor sustancia para elevar la inmunidad es la leche materna. “¿Pese a que la mamá tenga coronavirus?”, le pregunto. “No importa —me responde— “la única contraindicación para la leche materna es el VIH o que la mamá decida no amamantar. No hay nada que beneficie más al bebé que la leche materna porque fortalece su sistema inmunológico y eso es precisamente lo que necesita para ganarle al virus”.
En un informe del 27 de mayo de 2020, OMS y UNICEF enfatizan en que las mujeres deben seguir amamantando durante la pandemia, aunque tengan la sospecha o la confirmación de estar infectadas. Los datos actuales, dice el informe, indican que es poco probable que la Covid-19 pueda transmitirse a través del amamantamiento o la leche materna extraída de una mujer con virus. Los numerosos beneficios de la lactancia superan con creces a los posibles riesgos. Pero esta verdad anunciada por los organismos internacionales es desoída por empresas que se empeñan en promocionar a las leches de fórmula como un alimento ideal para los neonatos.
María Eugenia Delgado, nutricionista, dietista y consultora internacional en lactancia materna ha librado la lucha en contra de las imposiciones, a las que muchas veces se ven sometidas sus pacientes, por la promoción publicitaria de las leches de fórmula. “La leche materna es un fluido vivo cuyas células aportan los macronutrientes necesarios para el bebé, además le dan la carga inmunológica que no tienen las leches de tarro”, dice la experta —pelo café y amplia sonrisa— y continúa: “El hecho de que la leche materna esté viva significa que tiene células dinámicas y cambiantes, es decir, que tiene la capacidad de crear una única y estrecha relación con el bebé que está alimentando”.
Sin embargo, la consultora internacional reconoce que en algunos casos la lactancia materna está contraindicada. “En nuestro país si la mamá es VIH positiva la EPS (Empresa Promotora de Salud) debe suministrarle la fórmula láctea para el bebé. O si la mamá está en proceso de quimioterapia no se debe dar leche materna.” A su vez, explica que en ciertos casos médicos, atípicos y de baja prevalencia en la población, el bebé nace con errores innatos del metabolismo como la galactosemia y fenilcetonuria. “En el caso de la primera ocurre que el bebé no tolera la galactosa, un monosacárido de la leche materna, es decir, su organismo no tiene la enzima para metabolizarla y se empieza a producir una acumulación que puede causar falla hepática o alteraciones neurológicas, en estos casos no se puede dar leche materna.”
Negocio disfrazado
Federico García Lorca escribió Yerma en 1934, una obra teatral de ambiente rural que expresa, en varios de sus diálogos, la poesía de la sabiduría popular. En el Acto III, la protagonista dice lo siguiente: “Yo tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro y los niños se duermen horas y horas sobre ellas, oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos para que ellos mamen, para que ellos jueguen hasta que no quieran más.”
Casi cien años después, la escena mágica de García Lorca pervive y la ciencia suma certezas.
Tedros Adhanom, director de la OMS, ha dicho que: “La lactancia materna ofrece a los bebés el mejor comienzo posible en la vida porque la leche materna actúa como la primera vacuna del bebé, ya que les protege contra enfermedades potencialmente mortales y les ofrece todo el alimento que necesitan para prosperar.” Y esta potente vacuna natural, este arroyo de leche tibia es el que mantiene con vida al bebé de Johana y John Freddy, mientras lucha contra el temible coronavirus.
Por eso resulta difícil aceptar que, en esta época de pandemia, marcas comerciales promuevan donaciones disfrazadas de filantropía con el fin de favorecerse económicamente en medio de la emergencia sanitaria mundial. Esta situación fue denunciada por Red PaPaz, una entidad sin ánimo de lucro, conformada por padres y madres colombianas que velan por el bienestar integral de los niños.
En una carta enviada al INVIMA (Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos de Colombia), Red PaPaz denunció una promoción lanzada por Rappi Colombia, llamada “Semillas de Apego” para apoyar un programa del mismo nombre de la Fundación United Way. Según la promoción, Rappi se comprometió a donar una lata de Enfagrow premium de 180g a la Fundación United Way por cada orden finalizada de los productos Enfagrow de la empresa Mead Johnson. Las donaciones se destinaron a la población infantil más vulnerable del municipio de Tumaco, Nariño, al sur del país.
Los productos Enfagrow Premium, explica la carta enviada por Red Papaz al INVIMA, son fórmulas lácteas para niños y niñas menores de dos años, hechas a partir de leche entera de vaca con adición de nutrientes declarados en su etiqueta nutricional. Al ser este un producto procesado de origen animal con adición de nutrientes corresponde a la definición de “alimento de fórmula para lactantes”, en el artículo 2 del Decreto 1397 de 1992. Un tipo de producto para el cual están prohibidas la publicidad mediante los ofrecimientos gratuitos; las actividades de publicidad y promoción a nivel del público general; y la entrega de muestras gratuitas a madres (literal c, artículos 6 y 11 del mismo decreto).
La prohibición en la ley colombiana está muy clara. Y pese a la precisión en la denuncia la respuesta del INVIMA “parece redactada por Enfragrow”, dice Carolina Piñeros, representante legal de Red PaPaz. En la respuesta oficial, firmada por Carlos Robles Cocuyame, director de alimentos y bebidas del INVIMA, se concluye que: “El producto no corresponde a una fórmula infantil ni un alimento complementario de la lactancia materna” y que “La actividad realizada en la plataforma no corresponde a una publicidad sino a una actividad promocional”.
Más allá de las formas y la discusión sobre publicidad, el caso se agrava al conocer el contexto de la población de Tumaco, a donde se envía la leche en polvo de la promoción.
Leche de muerte, leche de vida
Lorena Muñoz, nutricionista, dietista y miembro del Observatorio de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional de la Universidad Nacional de Colombia, conoce bien la situación de Tumaco pues trabajó allá en 2019 en la recuperación de la memoria alimentaria del territorio. “Lo primero que debo señalar es que estas leches de fórmula, como las de la promoción de Rappi Colombia y United Way, requieren de agua potable para su preparación, así como para la esterilización de los biberones en los que se da”, dice Muñoz — pelo negro y ojos cafés —. En Tumaco, según cifras reportadas por el censo del DANE del 2018, la cobertura del acueducto solo alcanza al 31.7% de la población, y solo el 5.5% de la misma dispone de sistema de alcantarillado. Esto quiere decir que, en esa ciudad habitada por cerca de 212,000 personas, solo 11,000 de ellas cuentan con servicio de recogida y transporte de aguas residuales. “Esto hace que la enfermedad diarreica aguda sea altísima, así como la infección respiratoria aguda. Ambas enfermedades constituyen las principales causas de muerte en menores de 5 años en Tumaco.”
Si hay graves problemas de agua potable, ¿por qué ofrecer donaciones de leches de tarro cuando ni siquiera existe la garantía del acceso al agua para prepararlas? “Si realmente se quisiera ayudar habría que promover una buena alimentación en las mamás”, reflexiona Muñoz, quien concluye: “lo que realmente se está haciendo a través de estas donaciones es ACP (Acción Política Corporativa) con el fin de favorecer intereses económicos corporativos sobre el derecho de los niños a la lactancia materna y a una adecuada alimentación infantil”.
Jennifer Preciado tiene 28 años, es líder social y gestora en seguridad alimentaria y nutricional en Tumaco. Vive en el Barrio Obrero, un suburbio con algunas calles de tierra y otras adoquinadas, donde los niños se divierten correteando a perros flacos. Jennifer Preciado — piel morena y pelo negro — está embarazada por tercera vez, una niña que nacerá en agosto. Su primer hijo tiene once años y el segundo cinco. “Al primero sí le di leche materna hasta los dos años. Al segundo, por cuestiones de trabajo, no pude amamantarlo. A él tuve que darle leche de fórmula. Tenía que irme a trabajar y me ausentaba varios días de la casa.”
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